Perdonar es lo más sano, pero ¿Se debe perdonar a todo el mundo? Esa es una duda muy valida.
Nos encanta la idea del perdón. Tiene buena prensa. Sale bonito en frases de Pinterest y se oye profundo cuando lo decimos después de una sesión de yoga. “El perdón es un regalo que nos damos a nosotros mismos”, dijo alguna vez un gurú, probablemente con incienso de fondo y una voz que daba ganas de perdonar hasta al SAT.
Pero… vamos a netear, ¿de verdad hay que perdonar a todo el mundo? ¿Así, a todos? Porque hay gente que lo merece pero hay otra que no necesita nuestro perdón, sino una orden de restricción, terapia y una sesión con su karma de carácter urgente.
Vamos con ejemplos concretos, porque esto de “perdonar” no pasa en abstracto. No es una nube flotando en el cielo. Piensen en el ex que les puso el cuerno y todavía se ofendió cuando lo bloquearon. O en la la “amiga” que contó sus secreto a cambio de likes en una historia de Instagram.
Piensen en ese jefe que los explotó tres años, pagó en pizzas y luego aplicó la de “era parte del aprendizaje”. Y ahí estamos nosotros, con nuestra meditación guiada y yendo a terapia para aprender a soltar. ¿Pero soltar qué? ¿El coraje o las ganas de lanzarles, como Beli en Mentiras, el Martini en su cara?
La trampa del perdón obligatorio
Nos han vendido la idea de que “el que no perdona, se amarga”, como si fuera una ecuación emocional básica: resentimiento = gastritis + mala vibra + soledad eterna.
Y sí, claro, cargar coraje duele. Nos quita energía, nos hace vibrar bajo, nos convierte en versiones sarcásticas de nosotros mismos (a veces con gran sentido del humor, admitimos). Pero de ahí a pensar que todo el mundo merece nuestro perdón, hay una distancia muuuy grande. Una cosa es perdonar desde la paz y otra es perdonar por presión. A veces no estamos listos. A veces no queremos. Y eso también está bien.
No dejen de leer: ¿Cómo curar la herida narcisista sin tener que perdonar a nadie?
¿Qué significa perdonar?
No es necesariamente volver a hablarle. No es seguirlo en redes. No es darle like a sus fotos en la playa como si no te hubiera destrozado la autoestima en 2019.
Perdonar, para muchos de nosotros, es decir: “ya no te odio, pero tampoco te quiero cerca”. Es soltar el deseo de venganza, pero conservar la lista negra emocional. Es dejar de repetir mentalmente el discurso que le diríamos si nos lo topáramos en el súper, pero no borrar del todo ese discurso. Por si acaso.
Articulo interesante:No molestar: la regla de los 20 minutos
Porque también se vale NO perdonar
Nos parece sano que se normalice el no perdonar cuando no hay arrepentimiento, cuando no hay conciencia del daño, cuando la herida sigue abierta o cuando la persona simplemente sigue siendo un imbécil.
¿Tenemos que regalarle el perdón al tío que nos menospreció toda la infancia y hoy manda memes misóginos en el grupo familiar? ¿A la ex jefa que nos hacía llorar en el baño mientras hablaba de “sororidad” en sus conferencias? ¿Al amigo que se desapareció cuando más lo necesitábamos y volvió como si nada con un “andaba en mi proceso”? A veces, perdonar se siente como hacerle gaslighting a nuestras emociones.
La diferencia entre sanar y perdonar
Muchos de nosotros hemos sanado cosas sin necesidad de perdonar. Porque sanar también es poner límites, decir no te quiero más en mi vida, o simplemente aprender la lección sin necesidad de mandar el párrafo eterno explicando nuestros sentimientos.
Nos han hecho creer que el perdón es obligatorio para sanar. Y no, a veces lo que sana es el silencio, la distancia, el coraje que se transforma en claridad.
También puede ser que con el tiempo decidamos perdonar. Porque crecemos, cambiamos y entendemos cosas. Pero ese perdón no debe ser forzado, inmediato ni políticamente correcto. Debe ser honesto. Y, sobre todo, debe ser nuestro.
No dejen de leer: ¿Por qué mi pareja no me quiere perdonar?
¿A quién sí hay que perdonar?
Muy subjetivo, pero para darnos una idea:
- A quien lo pide desde el corazón.
- A quien cambió, aunque sea un poquito.
- A quien se equivocó, pero aprendió.
- A quien no se escuda en “así soy yo”.
- A quien no minimiza lo que nos hizo sentir.
- A nosotros.
Y sobre todo, a quien queremos y podemos perdonar. O sea, perdonen si quieren, si pueden, si les nace. Y si no, también está bien. No están mal por no querer hacerlo. No son menos espirituales, ni menos maduros. El perdón no es obligación, es una elección.